“El amor del encuentro con Cristo Resucitado que todo lo cambia”
Homilía para Domingo de Pascua
20 de abril de 2025; Catedral de Santa María de la Asunción
Introducción
Si fueras el primero en enterarte de una gran noticia, ¿con quién la compartirías primero? Es lógico que quisieras compartirla con quienes están al mando. Podemos ver esa reacción en María Magdalena cuando descubre que la tumba de su Señor estaba vacía, como nos relata San Juan en el Evangelio de esta Misa del Domingo de Pascua.
La Primacía del Amor
Ahora bien, la gran noticia que María tenía que compartir no era que el Señor había resucitado. No entró en el sepulcro, sino que se quedó afuera, notando que la piedra había sido removida y que el cuerpo de Jesús no estaba allí. Es evidente que pensó que alguien había venido a robar el cuerpo, y por eso fue a ver a los dos apóstoles, Pedro y Juan, para contarles la noticia.
Es comprensible que María fuera la primera en llegar al sepulcro esa mañana temprano cuando Jesús resucitó. Lo amaba más que los otros discípulos, y él le había concedido tanta sanación y paz en su vida tan atribulada. Pero no fue la primera en entrar en el sepulcro. Cuando oyeron la noticia de María, Pedro y Juan corrieron inmediatamente para verlo con sus propios ojos. Juan también sentía un amor especial por Jesús, a quien llaman el «discípulo amado». Siendo más joven y ágil, no es de sorprenderse que llegara primero al sepulcro, pero por respeto a Pedro, el jefe del Colegio de Apóstoles, esperó a que llegara para que Pedro pudiera entrar primero en el sepulcro.
Después de esto, Juan entró. Todavía estaban asombrados, tratando de comprender qué había sucedido. Entonces Juan fue el primero en ver las señales y comprender su significado: notó que los lienzos y el sudario que cubría la cabeza de Jesús permanecieron intactos, exactamente donde estaban cuando cubrieron su cuerpo al ser depositado en la tumba. Era como si el cuerpo se hubiera evaporado. En ese instante, hizo la conexión, recordando las enseñanzas de Jesús, y por eso fue el primero en creer en la Resurrección.
Estos dos discípulos, María Magdalena y Juan, fueron quienes amaron a Jesús más que nadie, y junto con su Madre, fueron quienes lo acompañaron hasta el final, junto a él en la cruz, presentes en el momento de su muerte. Así pues, estos son los dos discípulos que recibieron estos grandes privilegios: María Magdalena fue la primera al sepulcro y, como leemos unos versículos más adelante en el Evangelio de San Juan, la primera a quien Cristo se le aparece después de su Resurrección; Juan es el primero en creer en la Resurrección, antes que cualquiera de los demás llegara a esa fe.
Compartiendo las Noticias
Esto significa, entonces, que si amamos como Cristo ama, y lo amamos de verdad, comprenderemos y, por lo tanto, creeremos. Este es el poder del amor, el amor de Jesús mismo: es decir, amar a Jesús y amar al prójimo como él nos ama. El poder de este tipo de amor nos da ojos espirituales para ver cosas que los ojos físicos no pueden ver; nos da el poder de ver, comprender y, por lo tanto, creer.
Los otros discípulos fueron más lentos para creer, vacilaban, dudaban. Sí, ellos también amaban a su Señor, pero su amor no era tan sincero y fiel como el de María y Juan. Esta falta de amor ardiente y leal los retrasó, como Pedro quien tardó más que Juan en llegar al sepulcro. Después de todo, lo habían abandonado durante su tiempo de prueba, cuando se volvió peligroso para ellos estar asociados a él. Pero entonces algo cambió: no se rindieron, perseveraron, y llegaron a tener suficiente amor para poder empezar a ver cosas que antes no habían visto, para entender que su Señor estaba vivo, que había vuelto de entre los muertos, y que su Resurrección era una promesa para nosotros de nuestra propia resurrección, para vivir con él en la gloria.
Y ahora todo ha cambiado: tienen una gran noticia que compartir, la más grande de todas: la Buena Nueva de que Jesucristo ha resucitado, que ha vencido a la muerte y nos da la posibilidad de la vida eterna. Esta es una noticia que no pueden evitar compartir, no solo con las autoridades, sino con el mundo entero, incluso frente al peligro y la persecución, y, para la mayoría, incluso la muerte. Encontraron a Cristo resucitado, su amor se encendió, y entonces todo cambió, y salieron a un mundo hostil para que personas de todas las naciones y razas del mundo supieran que Jesucristo es el Salvador del mundo.
Para que quede claro, la Iglesia siempre nos da como primera lectura de la Misa del Tiempo de Pascua un pasaje de los Hechos de los Apóstoles, el libro de la Biblia que nos narra la actividad evangelizadora de aquellos primeros discípulos. Desde el primer día, este Domingo de Pascua, hasta el Domingo de Pentecostés dentro de cincuenta días, escucharemos las hazañas de estos primeros creyentes, su valentía ante el peligro y su convicción en la victoria de Cristo, su Señor, sobre la muerte, una victoria que él comparte con ellos. Y con nosotros.
El Encuentro en Nuestras Vidas
¿En verdad creemos en el mensaje que ellos proclamaron al inicio y que la Iglesia ha proclamado en cada generación desde entonces durante los últimos 2000 años? Si lo creemos, también querremos compartirlo con todos, que sepan que existe una mejor manera de vivir, una manera que brinda auténtica felicidad en esta vida y perfecta felicidad para siempre en la vida que ha de venir.
Desafortunadamente, hemos llegado a pensar que vivir como cristianos se reduce simplemente a observar unas reglas básicas de moralidad y práctica religiosa. Tenemos arraigadas tradiciones de Pascua, y es bueno practicarlas y es bueno ir a la iglesia, especialmente en este día, pero si es simplemente una cuestión de rutina, nada cambiará. El difunto Papa Benedicto XVI lo expresó con mucha fuerza cuando dijo: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE, 1).
El verdadero cristiano tendrá ese nuevo horizonte en la vida; será evidente para quienes no creen. Después de todo, debe haber algo diferente en nuestra forma de vivir, en comparación con quienes no creen; de lo contrario, no mostraremos al mundo que hay una mejor manera de vivir. Y esa mejor manera comienza con el amor a Jesucristo y la fe en él. Con eso, naturalmente querremos agradarle, pase lo que pase. Y los demás lo notarán.
Conclusión
Vivimos en tiempos impredecibles, inestables y, para muchos, amenazantes, de diversas maneras. Pero el poder del amor de Jesucristo puede vencer cualquier miedo o ansiedad. Esta es la Buena Nueva. Cualquiera que sea el mal que nos amenace, cualquier peligro que pensemos que acecha, cuando nos unimos al amor de Jesucristo, nada puede apartarnos de la vida que nos ha dado en su Resurrección. El mensaje de Pascua es de triunfo: Jesucristo ha vencido y comparte ese triunfo con todos los que creen en él, grandes y pequeños. A él sea todo el poder y la gloria, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.