“Belief in an Unbelieving Age: Eucharistic Faith and God’s Purpose for Us Here and Now”

Homily for Mass for Conclusion of the Archdiocesan Eucharistic Congress
Solemnity of Corpus Christi: June 10, 2023
Cathedral of St. Mary of the Assumption

Los recuerdos son poderosos. Los recuerdos tienen el poder de llevarte lejos, llevarte desde donde estés hasta una experiencia intensa, talvez de tu niñez o de tu juventud. Es impresionante que el recuerdo parece cautivarnos y tomarnos, apareciendo en nuestro presente para sumergirnos en el pasado de manera que el tiempo desaparezca.

Por lo tanto, cuando Cristo nos da el mandato en la Última Cena, “Hagan esto en conmemoración mía”, él no está hablando de una memoria histórica. Con el sacrificio de Cristo presente en cada Misa, donde el pan y el vino se convierten en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, pasamos de una vida de pecado a la verdadera libertad del Reino de Dios. Este es un misterio que hay de vivir siempre en el presente, cada día de nuestra vida.

Como hemos escuchado en la lectura del Deuteronomio, Dios permite que seamos afligidos para ponernos a prueba, para ver si en realidad intentamos guardar Sus mandamientos o no. ¿Nos tomamos en serio guardar Sus mandamientos, guardando fuertemente nuestra fe en Él ante la adversidad? Por ejemplo, para aquellos que de verdad creen, ver que lo sagrado sea injuriado no puede ser otra que una aflicción.

Mantener una fe fuerte debe comenzarse y ser nutrida aquí, en nuestro culto, en nuestra creencia propia y en el respeto a la Sagrada Eucaristía, en como nos acercamos a ella y como organizamos nuestra vida alrededor de ella. Sí, en como organizamos nuestra vida alrededor de ella. Para saber como se mira basta ver a nuestro santo patrón, San Francisco de Asís. San Francisco es muy conocido por su humildad heroica y su amor profundo por los pobres y marginados, pero pocos recuerdan porqué él amaba tanto a los olvidados y oprimidos. San Francisco amaba a los pobres porque amaba a Jesús y miraba en ellos aquellos a los que Dios se había acercado y asemejado más. Por esta razón, San Francisco también amaba la liturgia, la Misa, y especialmente la Eucaristía, ya que en el Santísimo Sacramento estaba presente el mismo a quien él servía en lo pobres.

Era tan grande el amor de Francisco por la Misa y la Eucaristía que solía regañar y reprimir al clero por no tratar con el máximo cuidado y la máxima reverencia al Rey de Reyes, presente en la Misa y vivo en la Eucaristía. Para el pobre hombre de Asís, el amor a la señora pobreza no significaba ornamentos de baja calidad para la Misa, ni un descuido en los detalles. Al contrario: ¡Para Dios solo lo mejor!

Este avivamiento Eucarístico tiene que comenzar por nosotros – debemos revivir nuestra fe personal – no solo con palabras, ¡pero con hechos! ¿Es nuestro respeto a Cristo en el Santísimo Sacramento indicativo de una fe católica verdadera en el sacramento, tanto en lo pequeño como en lo grande que hacemos?

Por ejemplo, debemos acordarnos de la importancia del silencio. El silencio es la única respuesta adecuada al darnos cuenta que estamos ante lo sagrado. Es en el silencio que Dios nos habla en lo más íntimo. Procuremos entonces tener en la iglesia un silencio reverencial, y permitamos que el silencio hable elocuentemente durante ciertos momentos litúrgicos, y guardemos también un silencio de oración antes y después de la Misa.

Durante toda la semana, ¿cómo nos preparamos para la Misa dominical? ¿Guardamos una vida de oración todos los días de la semana, especialmente adorando el Santísimo Sacramento? Y cuando nos alistamos para la Misa, ¿Nos vestimos adecuadamente? “¡Para Dios solo lo mejor!” Deberíamos ver también la hora del ayuno Eucarístico como lo mínimo necesario; hacemos bien tratar de guardar un ayuno más severo, incluso la práctica tradicional de ayunar desde la medianoche del día anterior cuando esto sea posible, o por lo menos tres horas.

Sobre todo, debemos recordar nuestra necesidad de recurrir frecuentemente al sacramento de la Penitencia. La enseñanza que conecta el arrepentimiento del pecado con las condiciones necesarias para una recepción adecuada de la Sagrada Comunión se remonta a los orígenes de la Iglesia, incluso a San Pablo. La confesión sacramental y la absolución previa es el único medio ordinario por el cual pueden estar adecuadamente preparados para recibir el sacramento aquellos que han cometido pecado grave. ¡Pero ciertamente no es limitado a esta circunstancia! El recurso frecuente a este sacramento debe ser parte de la vida de un católico comprometido y es lo que Dios desea.

Todo esto significa que nuestro Avivamiento Eucarístico tiene que ser al mismo tiempo personal y comunitario. Esta gran necesidad de una verdadera fe Eucarística en todos los niveles la expuso elocuentemente Benedicto XVI en su homilía de la Solemnidad de Corpus Christi del año 2012. Él dijo:

[L]o sagrado tiene una función educativa, y su desaparición empobrece inevitablemente la cultura, en especial la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y no necesitada ya de signos sacros, fuera abolida esta procesión ciudadana del Corpus Christi, el perfil espiritual de Roma resultaría ‘aplanado’, y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada.

Esto es lo que hacemos hoy: elevamos nuestro Señor Eucarístico en el corazón de la Ciudad nombrada en honor de su gran servidor Francisco para recuperar nuestra Ciudad al verdadero amor a Dios y a los pobres que él tan efectivamente modeló – es decir, con una vida de reverencia a lo sagrado.