“‘Divide and Conquer’ or ‘Unite and Prevail’? Learning the Lessons of Lent”
Homily the Rite of Election
February 26, 2023; St. Mary’s Cathedral
Summary in Spanish
La antigua Roma consiguió grandes victorias en las guerras con una estrategia y un eslogan que nosotros bien conocemos: divide y vencerás. Es un principio universal, tanto en el orden temporal como en el espiritual. Es por eso que el diablo siempre busca dividirnos para vencernos. Sí, él es el gran divisor como lo indica el origen de la palabra “diablo”: “dia-bali” que si significa “dividir en dos partes y tirarlas.”
Eso mismo trató de hacer con nuestro Señor durante los cuarenta días de ayuno en el desierto, donde se retiró “para ser tentado por el demonio”. El desierto es en verdad un lugar de prueba: todas las comodidades son arrebatadas, la comida y el agua escasean, uno está a merced de los elementos y debe confiar en Dios para la salvación. Y así es que aquí el demonio trata de separar al Hijo de Dios de su Padre.
Para el antiguo pueblo de Israel – el pueblo elegido por Dios para iniciar Su plan de salvación para reunir nos con Él – el desierto fue también un lugar de prueba: durante cuarenta años vagaron por el desierto del Sinaí en busca de la Tierra Prometida tras ser liberados de la esclavitud en Egipto. Dios los puso a prueba, y tantas veces fracasaron. Pero Jesús no. Las respuestas que da al diablo son citas del libro del Deuteronomio, que nos narra el discurso final de Moisés al pueblo elegido antes de cruzar el río Jordán para entrar en la Tierra Prometida.
¿Cuál es el mandamiento básico? Recordar; recordar todo lo que el Señor hizo por ellos y Su fidelidad hacia ellos. Y para que se acuerden, les manda: “No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”; “No tentarás al Señor, tu Dios”; “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”.
El diablo es real y nos tienta a cada uno de nosotros, buscando separarnos de Dios y de los demás. Pero podemos evitar que lo haga, como podemos ver aquí y ahora en este templo. Una de las grandes bendiciones de este Rito de Elección cada año es que, con representación de parroquias en los tres condados de nuestra Arquidiócesis, vemos la maravillosa diversidad de nuestra Iglesia, unida en una sola Profesión de Fe. Es una alegría para nosotros acogerlos a ustedes que van a ser recibidos en la comunión de la Iglesia, y es una alegría para mí personalmente darles las gracias a ustedes que han acompañado a estos hermanos nuestros en este significativo paso en su camino de fe. Los lazos de comunión que compartimos se hacen muy palpables aquí, en este momento.
¿Cómo preservamos y fortalecemos estos lazos de comunión, para avanzar hacia una unidad cada vez mayor como comunidad de creyentes? Esa es la lección de Cuaresma: tomamos estos cuarenta días para ayunar con nuestro Señor en el desierto. Es importante que aprovechemos las prácticas de Cuaresma, las prácticas de oración, ayuno, limosna y otros actos de caridad. Estas prácticas nos ayudan al verdadero significado del amor, que significa estar menos centrado en uno mismo y en lo que uno quiere y en cambio buscar el bien del otro.
Esto es algo que el diablo no puede resistir. Pero tenemos que recordar siempre que podemos resistirlo sólo si recordamos: recordar todo lo que nuestro Señor ha hecho por nosotros, todo lo que nos recuerda este tiempo de Cuaresma, cómo aceptó libremente la muerte más deshonorable de la Cruz para perdonarnos nuestros pecados y reconciliarnos con su Padre.
Busquemos, entonces, caminar este camino de la Cuaresma para demostrar a Dios que nos acordamos, que buscamos la comunión con Él por el amor y la unión de unos con otros, para que también nosotros, con nuestro Señor y con su ayuda, venzamos al demonio y así compartamos la gloria del cielo. Como dijo un erudito de las Escrituras: “El hecho de que seamos hijos de Dios no se trata de milagros, sino de comprender la voluntad de Dios a través de la apertura a Su palabra y llevarla a cabo con amor, confianza y obediencia”. Que Dios nos conceda esta gracia.