Atendiendo las peticiones de Fátima para la Salvación y la Paz del Mundo

Homilía para la Misa de Consagración de la
Arquidiócesis de San Francisco al Inmaculado Corazón de María
Conmemoración de nuestra Señora del Rosario
Lecturas: Isaías 9:1-5; Judit 13; San Juan 2:1-11 

Introducción
En este momento importante de la historia mundial, cuando conmemoramos el centenario  de las apariciones de la Virgen en Fátima, es comprensible que se haya dado mucha atención a  este fenómeno sobrenatural. Creo, sin embargo, que es fácil para nosotros distraernos por los  elementos sensacionales de esta aparición: predicciones de guerras y desastres, un sol que se  mueve, una visión del infierno. Somos fácilmente intrigados con esa parte de la historia, tal vez  tanto que perdemos todo el sentido principal, que, por supuesto, es el mensaje en sí. 

Una visión del infierno y los últimos 100 años
La visión del infierno es un momento muy conocido en la historia de las apariciones de  Fátima: los tres niños pastorcitos vieron las almas atormentadas en el infierno con una agonía  indescriptible, una visión tan horrible y espantosa que gritaban en voz alta con miedo. Fue  inmediatamente después de esta visión que nuestra Señora pidió la difusión de la devoción a su  Inmaculado Corazón. Ahora bien, hay algunos, estoy seguro, que podrían desechar todo esto  como fantasioso; hay incluso algunos que niegan la existencia misma del infierno. Pero si  pensamos en lo que ha ocurrido en estos últimos 100 años desde la revelación de este mensaje,  junto con nuestra falta de atención, ¿no nos dice eso que el siglo por el que acabamos de pasar no  fue otra cosa más que una experiencia del infierno? 

Es cierto que, en muchos aspectos, durante el siglo pasado ha habido un gran progreso:  uno piensa inmediatamente en los avances tecnológicos que han aumentado la facilidad y la  velocidad en las comunicaciones, el comercio y el transporte; progreso en el tratamiento y alivio  de las enfermedades físicas y mentales; progreso en los derechos civiles. Sin embargo, también  ha habido reveses horrendos en otras áreas, incluso en aquellas áreas en las que se ha avanzado.  Si pensamos en el siglo que ahora estamos concluyendo, ¿no se muestra a sí mismo como uno  que de muchas maneras ha sido una reflexión viva del infierno, que de tantas formas se ha  burlado de Dios? 

Los ejemplos son demasiados para enumerarlos aquí, pero muchos vienen a la mente  inmediatamente, comenzando con dos grandes guerras que envolvieron al mundo entero en  violencia y derramamiento de sangre. Han habido campos de muerte y genocidios, no el  genocidio, sino genosides, el más notorio, perpetrado contra el pueblo que Dios eligió por  primera vez ser suyo. ¿Quién se atrevería a decir que tal barbarie no es una burla de Dios? Es un  siglo que produjo los regímenes más brutales en la historia del mundo, y en toda la superficie de  la tierra. Y luego está la persecución de la Iglesia en cada década de este siglo y en todo el  mundo y ahora la opresión y el exterminio de cristianos y otras minorías religiosas en el Medio Oriente y otros lugares, cuyos llamados a la protección y justicia de la comunidad internacional  caen en oídos sordos. Pero no tenemos que ir tan lejos en el tiempo y el espacio. Todavía está  fresco en nuestras mentes y doloroso en nuestros corazones las víctimas de la atrocidad en Las  Vegas hace apenas unos días, que trágicamente es sólo el más reciente y más devastador tiroteo masivo en toda una cadena de violencia sin sentido en nuestro país desde hace muchos años. Y  luego está el ataque a las inocentes vidas humanas: nuestra propia tierra ha sido ensuciada por la sangre de niños inocentes en lo que se ha convertido en una epidemia mortal equivalente a un  genocidio de la vida en el vientre; y ahora estamos presenciando cada vez más el abandono de  nuestros hermanos y hermanas que sufren en el otro extremo del camino de la vida. Incluso en  nuestra propia ciudad de San Francisco, vemos en nuestras calles a las personas que sufren los  estragos de la adicción y la enfermedad mental, así como la celebración e incluso la exaltación  

de lo vulgar y blasfemo, burlándose del hermoso plan de Dios en cómo Él nos creó, en nuestros  propios cuerpos, para la comunión unos con otros y con Él mismo. Dios es ridiculizado en  nuestras calles, y es recibido con aprobación y aplausos en nuestra comunidad – y, sin embargo,  permanecemos en silencio. 

¿Qué está pasando en nuestro mundo? De tantas maneras diferentes, lo que antes era  impensable se ha convertido en rutina. El siglo, desde que las apariciones de Fátima sucedieron y  que culmina ahora, se ha burlado de Dios, pero Dios no será burlado: no porque se deleite en  vengarse sobre nosotros, sino porque dar la espalda a Dios sólo regresa consecuencias a nosotros  mismos, llevándonos a nuestra autodestrucción. 

Ahora bien, se podría argumentar que todo esto ha sucedido, no porque las personas sean  más moralmente depravadas en nuestro tiempo que en tiempos pasados, sino porque los medios  modernos de perpetrar la violencia, la destrucción y la depravación moral son mucho más  sofisticados y masivos ahora que en tiempos pasados . Esto bien puede ser cierto, pero si es así,  apunta aún más a nuestra necesidad de prestar atención al mensaje de Fátima de implorar a Dios  por misericordia. 

Nuestra Abogada
Entonces nos volvemos a Nuestra Señora, porque en la raíz de todo este sufrimiento y  devastación esta una enfermedad espiritual que, contrariamente a la enfermedad física y mental,  ha crecido en nuestro tiempo y no ha sido tratada de ninguna manera. Es esa enfermedad la que  destrona a Dios y lo reemplaza con el “ser autónomo”, haciendo que el ser humano sea Dios,  creando la propia realidad para uno mismo. Es una enfermedad que se niega a reconocer al Hijo  de Dios, Jesucristo, como la verdad última y el icono perfecto del amor. 

Entonces, sí, nos volvemos a Nuestra Señora. Ahora, no necesitamos que María señale el  camino a Cristo para nosotros. Sabemos dónde está: está en el tabernáculo, en los sacramentos,  en su palabra, está presente en la Iglesia. Más bien, lo que necesitamos es que alguien nos recoja  y nos lleve a él, porque somos demasiado débiles para llegar por nuestra cuenta. Entonces así  como María tuvo un papel especial en la maternidad del Hijo de Dios, así mismo, ella tiene un  papel maternal especial en nuestras vidas de dar vida a su Hijo. Este doble ministerio de la  maternidad de Nuestra Señora -en la vida de su Hijo y en la vida de sus creyentes- fue explicado  perspicazmente por el Papa Juan Pablo II en su encíclica Madre del Redentor (24): 

… hay una correspondencia única entre el momento de la Encarnación de la Palabra y el  momento del nacimiento de la Iglesia. La persona que vincula estos dos momentos es María:  María en Nazaret y María en el Cenáculo de Jerusalén … Así, la que está presente en el misterio  de Cristo como Madre se convierte – por la voluntad del Hijo y el poder del Espíritu Santo – presente en el misterio de la Iglesia. En la Iglesia también continúa siendo una presencia materna, como lo demuestran las palabras pronunciadas desde la Cruz: “¡Mujer, he ahí a tu  hijo!”; – He aquí a tu madre.’

En su presencia maternal, María está allí para abogar por nosotros. Lo vemos en una  imagen sutil en la imagen de Nuestra Señora de Fátima. En la parte inferior de su túnica hay una  estrella. La estrella puede ser vista como una referencia a Esther en el Antiguo Testamento, cuyo  nombre significa “estrella”. Esther es la que se suplicó al rey persa de salvar la vida de su pueblo  y poniendo su propia vida en gran riesgo. El rey, que la había tomado como su reina, fue  engañado en emitir un decreto que ordenaba la masacre del pueblo judío, y para pedirle que  salvara a su gente tenía que revelarle su identidad judía. Por su súplica al rey ella salvó a su  gente. Nuestra Señora, Estrella de la Nueva Evangelización, tampoco cesa de rogar por nosotros  a nuestro Rey, como lo hizo con los pobres recién casados en Caná. Esto no es porque seremos tratados con dureza por su Hijo si nos acercáramos directamente a él. No; más bien, debemos  reconocer que Dios nos tratará con justicia estricta a menos que pidamos por su misericordia.  Dios quiere que pidamos su misericordia, y Él quiere que pidamos a la Madre de Su Hijo que nos  ayude, así como ella ayudó a esa pareja en Caná. 

Atendiendo las peticiones y los próximos 100 años
Durante 100 años ignoramos el mensaje de Fátima; o, tal vez, no es tanto el mensaje que  ignoramos, porque estamos bien conscientes de las advertencias y la historia que resultaron. Más  bien, son las peticiones que ignoramos. Pero ya no podemos permitirnos hacer eso. Tenemos que  prestar atención. Tenemos que hacer lo que le dijo a los sirvientes de Cana: hagan lo que El les diga. ¿Y qué nos dice Cristo que hagamos? Lo revela en las peticiones que hizo Nuestra Señora  en Fátima. Ahora es el momento de atender esas peticiones. Podríamos no tener el poder de  cambiar la historia del mundo, pero podemos cambiar lo que sucede en nuestras propias familias  y comunidades si escuchamos el mensaje. Este próximo siglo puede ser radicalmente diferente  del anterior, pero sólo si escuchamos el mensaje y respondemos a las peticiones. 

Lo que significa que lo que estamos haciendo hoy no puede ser relegado a un  simplemente un acontecimiento conmovedor y un recuerdo agradable en la historia de nuestra  Arquidiócesis. Lejos de ser algo que marcamos en una lista de cosas por hacer, lo que estamos  tratando hoy no es nada menos que un llamado a alzar armas: las armas espirituales. Vivimos en  un tiempo y espacio de intensa batalla espiritual, y sólo al tomar las armas espirituales vamos a  aliviar la enfermedad espiritual que está en la raíz de gran parte del sufrimiento físico y mental  en el mundo de hoy. Es hora de dejar a un lado el sensacionalismo y responder a las peticiones  de Nuestra Señora en Fátima. 

¿Y qué es lo que nos pide que hagamos? No debería sorprendernos, porque es la parte  central de su mensaje dondequiera y cada vez que ha aparecido: oración, penitencia y adoración.  Y en Fátima este mensaje fue muy claro acerca del doble propósito de esta petición: salvar almas  del infierno y establecer la paz en el mundo. El mensaje de Fátima no fue sólo acerca del orden  temporal, sino sobre todo del orden eterno. En ambos órdenes, las apuestas no podrían ser más  altas: ¡paz mundial y salvación eterna! Por lo tanto, exhorto a todos los fieles de la Arquidiócesis  de San Francisco a que tomen en serio esta triple receta de paz y salvación, como nos ha pedido  nuestra Señora. 

Un Plan de Acción
En primer lugar la oración: Nuestra Señora nos ha pedido específicamente que recemos el  santo Rosario diariamente. Les pido a todos los católicos de la Arquidiócesis de San Francisco, si  no lo hacen ya, que recen el rosario todos los días. Y pido a todas las familias que recen juntos el  rosario por lo menos una vez a la semana. Muy apropiadamente, celebramos esta Misa de Consagración de nuestra Arquidiócesis al Inmaculado Corazón de María en el día en que se  conmemora a Nuestra Señora del Rosario, un recordatorio conmovedor del poder del rosario para  lograr la paz e incluso para cambiar el curso de la historia mundial. Sin duda, puede cambiar el  curso de la historia en nuestras propias familias y comunidades. 

Penitencia: sobre todo debemos tomar el brazo espiritual de la penitencia, porque es un  arma poderosa en nuestro arsenal espiritual que hemos lamentablemente ignorado durante mucho  tiempo. La reforma de la disciplina en la práctica penitencial de la Iglesia, lejos de negar la  importancia de ella, pretendía inculcar un espíritu más maduro de sentir propio este sello de la  vida cristiana en la vida de cada creyente. En particular, los viernes siguen siendo días de  penitencia, como siempre han sido en la Iglesia, remontándose a los tiempos apostólicos. Los  fieles, sin embargo, ahora pueden optar por practicar alguna otra forma de ayuno en lugar de la  práctica tradicional de abstenerse de comer carne, siempre y cuando esa penitencia sea para ellos  un mayor sacrificio. Pido a todos los católicos de la Arquidiócesis de San Francisco que  dediquen el viernes como día de penitencia en honor al día en que nuestro Señor murió por  nosotros, seleccionando una forma concreta de ayuno corporal para cumplir en ese día, ya sea  que se abstengan de carne o de un tipo de comida o de un tipo de bebida que normalmente  disfrutan, u omitiendo un tiempo de comida por completo. Nuestras prácticas penitenciales  también nos llevan a recurrir de modo más serio y frecuente al sacramento de la Penitencia. No  puede haber avivamiento espiritual, y especialmente un renacimiento a la devoción Eucarística,  sin una renovación en nuestra práctica del sacramento de la Reconciliación. Llamo a todos los  fieles de la Arquidiócesis de San Francisco a aumentar la sinceridad y frecuencia con la que  aprovechan la disponibilidad de este sacramento y, como mínimo, confesar sus pecados por  medio del sacramento al menos una vez al mes. 

Adoración: Nuestra Señora nos defiende, nos levanta, para llevarnos a su Hijo. Toda  nuestra devoción, así como todas nuestras prácticas penitenciales, deben terminar en la adoración  a Dios. La Adoración que nuestra Señora pide es para purificarnos de nuestras inclinaciones en  adorar a los falsos dioses de la sociedad contemporánea y para entregarnos a la adoración del  único Dios verdadero. Como dijo Lucía al reflexionar sobre sus experiencias infantiles de recibir  las revelaciones en Fátima: “… nuestra adoración debe ser un himno de alabanza perfecta, porque  incluso antes de ser, Dios ya nos amaba y movido por ese amor nos dio vida”. Nuestra  consagración debe por lo tanto también traer una renovación de nuestro amor y devoción a  nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Pido a cada católico de la Arquidiócesis de San  Francisco que dedique un tiempo cada semana a orar ante el Santísimo Sacramento. Si no es  posible durante la semana, tómese un tiempo antes o después de la Misa dominical para orar de  rodillas ante nuestro Señor presente en el tabernáculo. Al menos una vez cada semana, orando  ante la presencia de nuestro Señor en el Santísimo Sacramento – Cuerpo, Sangre, Alma y  Divinidad – cumplirá Su deseo de que le pidamos por Su misericordia. Y, por supuesto, la  Virgen también nos pidió que cumpliéramos con la devoción de los Primeros Cinco Sábados,  justo después de que los niños recibieran la visión del infierno, cuando también pidió devoción a  su Inmaculado Corazón. Esta devoción consiste en asistir a Misa y recibir la Comunión en reparación por los pecados en cinco primeros sábados consecutivos del mes poco después o antes  de confesarse, y dedicar al menos un cuarto de hora rezando cinco décadas del rosario.  Nuevamente vemos la preocupación de nuestra Señora en ayudarnos a alcanzar la salvación  eterna: el punto de la devoción es reparar los pecados, especialmente el pecado de la blasfemia.  Pido a todos nuestros fieles que hagan de los Primeros Cinco Sábados una prioridad dentro de  sus devociones practicándola al menos una vez al año.

De la Oscuridad a la Luz
En la primera lectura de nuestra Misa de hoy, el profeta Isaías habla de la gente que  caminaba en tinieblas viendo una gran luz, la luz que es el gozo de la salvación de Dios. Dios  vino en ayuda de su pueblo destruyendo los instrumentos de la opresión asiria y enviándoles un  rey para liberarlos. Rezando el rosario, haciendo ayuno corporal y practicando la adoración de  nuestro Señor en el Santísimo Sacramento: éstas son las armas espirituales de Dios que  destruirán la opresión espiritual que ha estropeado los últimos 100 años de historia mundial y  que nos traerá la misericordia de Dios misericordia que es la paz mundial y la salvación eterna. Hay una cosa más y muy importante que nuestra Señora dijo a los niños después de su visión del  infierno, no una petición, sino una promesa: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.  Prestemos atención a su mensaje, para acelerar ese triunfo, ese triunfo que es el de su Hijo sobre  la muerte, porque está inseparablemente ligada a su Hijo, que vino a ganar para nosotros nuestra  salvación eterna. Su Corazón Inmaculado es la puerta que se nos abre para entrar en ese triunfo.  Es a través de esa puerta que caminamos de la oscuridad del pecado y la muerte a la luz de la  verdad y misericordia de Cristo. Allí está, al otro lado de esa puerta, un paraíso glorioso,  inmenso y lleno de luz que es el cielo. Su corazón es la puerta del cielo. 

Conclusión
Y así, de manera apropiada, concluiremos nuestra oración hoy, después de misa, la  procesión y el acto de consagración, con adoración y benedicción al Santísimo Sacramento.  María siempre está allí para recogernos y llevarnos a su Hijo; quiere llevarnos a través de su  corazón maternal de las tinieblas en que caminamos a la luz de su Hijo, y su Hijo quiere que le  permitamos hacerlo. Hagamos eso, obedeciendo su petición de hacer lo que Él nos diga. Es  decir, concedamos sus peticiones, para que siempre podamos mantener nuestros ojos fijos en El,  su Hijo, el Hijo de Dios y Salvador del mundo. Y así concluimos estas reflexiones hoy, haciendo  nuestras las palabras de Santo Tomás de Aquino, citadas por el Papa San Juan Pablo II en la conclusión de su encíclica sobre la Eucaristía, volviéndonos, como el santo Papa nos exhorta, “en  esperanza a la contemplación de esa meta a la que nuestros corazones aspiran en su sed de gozo  y paz “: 

Ven, pues, buen Pastor, pan divino,
Sigue mostrándonos tu señal de misericordia;
Oh, aliméntanos, aún consérvanos tuyos;
Así podremos ver brillar tus glorias
En los campos de la inmortalidad.
Oh tú, el más sabio, el más poderoso, el mejor,
Nuestra comida actual, nuestro futuro descanso,
Ven, haznos a cada uno tu huésped elegido,
Co-herederos tuyos, y camaradas benditos
Con santos cuya morada está contigo.
[Amén.]