“La profecía de una Iglesia mestiza”
Homilía para la Cruzada Guadalupana
4 de diciembre de 2021; Catedral de Santa María
Introducción
“Muchas naciones se unirán al Señor en aquel día; ellas también serán mi pueblo y yo habitaré en medio de ti.”
Promesa
En estas palabras del profeta Zacarías, escuchamos un eco de lo que en la Biblia se conoce como la fórmula de la Alianza: “Yo seré tu Dios, y tú serás mi pueblo”. Esta es la Alianza, el “trato” por así decirlo, que Dios hizo con Su pueblo originalmente escogido de Israel: Él los protegería, y ellos debían adorarlo únicamente a Él. Esta Alianza fue una alianza matrimonial: Dios tomó a Su pueblo Israel como Su esposa, para protegerla y proveer para ella, y a través de ella Él traería Su vida al mundo.
Pero en esta profecía del profeta Zacarías, vemos algo nuevo: muchas naciones se unirán al Dios de Israel y se convertirán en Su pueblo, y Él morará con ellos. No solo una nación, no solo la raza que Él eligió originalmente, sino que ahora todas las naciones, todas las razas, pueden ser parte de Su pueblo, porque la membresía no depende del nacimiento sino de la fe.
Cumplimiento
Esta profecía, por supuesto, la cumplió en Su Hijo Jesucristo. Su Iglesia demuestra el cumplimiento de esta profecía: muchas razas, muchas naciones, muchos idiomas, unidos en una sola familia de fe. En la imagen de la Morenita, vemos a nuestra Madre llevando al Hijo de Dios en su vientre. Sí, ella también es nuestra Madre, porque el Hijo de Dios vino a reconciliarnos con Su Padre y hacernos a todos hijos de Dios, sus hermanos. Su Padre, Dios, es ahora nuestro Padre, y así su Madre, María, es nuestra Madre. ¡Qué alegría nos da llamarla nuestra Santísima Madre!
En la imagen de Guadalupe vemos una madre, y vemos una mujer. Esto me recuerda una reflexión sobre la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que el Papa Francisco dio al grupo de obispos de California del que formé parte hace casi dos años, cuando estuvimos en Roma para la visita “ad limina”, la visita que los obispos hacen cada cinco años más o menos a Roma para rezar ante las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo, para visitar los diferentes departamentos del Vaticano y, muy especialmente, para tener una audiencia con el Santo Padre. El Papa Francisco nos dijo que en la Morenita vemos una mujer: la nueva Eva que aplasta a la serpiente bajo sus pies como Dios le profetizó a la primera Eva que su descendencia lo haría. Nos dijo que también vemos una madre: está a punto de dar a luz y así traer más razas e idiomas a la familia de Dios.
Una Iglesia Mestiza
Pero nos dijo que hay un tercer aspecto en la imagen de Guadalupe: su semblante es claramente mestizo. Es justo que ella sea mestiza, nos dijo, porque su Hijo es mestizo: es una mezcla de divino y humano. Este es el cumplimiento de la Alianza matrimonial de Dios con Su pueblo: el matrimonio entre la divinidad de Dios y nuestra humanidad, para que podamos estar unidos con Dios para siempre en el cielo.
La Iglesia que Jesús dejó atrás comparte la raza mestiza de su fundador, ya que ella cumple la profecía de Zacarías. Las razas mixtas de la Iglesia Universal se ven claramente en miniatura aquí en nuestra propia Arquidiócesis, compuesta como está de tantas razas, nacionalidades, idiomas y tradiciones.
Fue una nueva raza, un nuevo pueblo cristiano, que la Morenita vino a revelar y edificar en el Tepeyac: españoles e indígenas, dos naciones unidas entre sí y unidas al Señor, para ser Su pueblo, para que Él habite entre ellos. Y esta es la gracia más grande que Dios ha dado al hacer su Iglesia mestiza: los miembros humanos del Cuerpo de Cristo comparten la divinidad de su cabeza, Jesucristo.
Jesús se hizo carne en el vientre de la Virgen María para compartir nuestra naturaleza humana para que de esta manera nosotros, pobres seres humanos que somos, pudiéramos compartir su naturaleza divina. Una mezcla de divino y humano: esta es la vida del creyente, que adora a Dios, recibe Su gracia divina a través de la vida sacramental de Su Iglesia, y lo pone todo en práctica a través de una vida de virtud y obras de caridad.
Conclusión
Qué alegría nos da honrar y celebrar a nuestra Santísima Madre a través de la cual Dios hizo posible todo esto. Ella es verdaderamente “el orgullo de nuestra raza”, y en ella vemos el cumplimiento de la vida de gracia en Dios: nuestra naturaleza humana compartiendo la divinidad de Dios, resplandeciente con Su gloria por toda la eternidad. ¡Qué viva la Virgen de Guadalupe!